La Familia es lo más importante, son tus cimientos, tus raíces, es el único amor incondicional que vas a tener siempre. Johnny Depp.
Siempre me resultó emocionante ver a mi familia española en los Campamentos, ver como se integraban en unas pocas horas a mi dura rutina. Ver como volvían año tras año, siempre con la misma ilusión de conocer mejor mi mundo y de ayudar en todo lo que podían.
Aún recuerdo, aquel 2001 cuando vine por primera vez a España, a Palencia en concreto, que les intentaba dar consejos de cómo deberían ir, qué deberían llevar; siempre era lo mismo: a mi padre le decía que tenía que ir sí o sí, y tanto que le convencí con aquellas pocas palabras que desde entonces ha ido más de 30 veces; mi madre igual pero antes tenía que ir sabiendo que no había lavadora, que allí la ropa se lavaba a mano y lo que es más chocante que no cualquier ropa valía. La decía siempre “lo blanco no mamá, lo blanco se mancha con la arena”.
A mis hermanas también, las decía que fueran, que lo viesen y que lo íbamos a pasar muy bien jugando con la arena. No sé por qué entonces siempre la arena tenía un valor especial. Mi tío era fácil de convencer porque me habían contando de su ilusión por viajar.
A los tres meses de volver a los Campamentos, tras un verano inolvidable con ellos, allí les tenía; en aquellos tiempos no había teléfonos, ni tampoco transporte, los medios eran escasos y para hablar con ellos tenía que estar varias horas esperando. Mi mensaje era siempre muy sencillo, “quiero ropa de abrigo y que por favor sea de la que no se mancha, turrón, chocolate y muchos caramelos” sin olvidar cuadernos y lápices; de ahí la anécdota de que siempre tenían que ser lápices puesto que yo he ido estudiando con los cuadernos de mis hermanas mayores que mi madre había estado borrando. Lo mismo iba a pasar con mi hermano, yo le tenía que pasar un cuaderno borrado para que él lo pudiera reutilizar.
Los viajes de la familia española a los Campamentos, era la señal más directa de que se interesaba por mí, que me querían, pero sobre todo que al verano siguiente tenía por seguro de que volvería con ellos. Me pasaba noviembre nerviosa, lo admito, se acercaba su viaje y había que hacer la lista de necesidades, pero quizás la necesidad más primordial era que fueran porque también daba lugar a una semana de descanso en casa con la excusa de acompañar a mi familia visitante a conocer los lugares más emblemáticos de los Campamentos.
La víspera de su llegada, junto con mis hermanas, me encargaba de ordenar toda la casa, de limpiar una y mil veces para tenerlo todo en orden y sobre todo que yo estuviera guapa para recibirlos.
Llegada la noche en la que anunciaban su llegada, a eso de las 5 o 6 de la mañana, la pasaba siempre despierta, aunque me hacia la dormida. Los nervios siempre me jugaban mala pasada y mi saludo estaba lleno de tartamudeo, no recuerdo si les llegaba a decir hola o buenos días, pero sí recuerdo la inmensa felicidad que suponía para mí su presencia en mi casa.
Eran días de mucha alegría, todos mis amigos se dejaban caer por allí para saludar y para que les diesen unos caramelitos. Pasaban los días y lo más duro era la despedida, la temida despedida a la que nunca me adaptaba. De pronto despertaba y me daba cuenta de que ya se habían ido, tocaba volver a la rutina y esta vez con la certeza de que pronto llegaría el verano y me tocaba otra vez el reencuentro.
Está claro que por mucho tiempo que pase, por muchos viajes de ida y vuelta que haga a los Campamentos, los niños Saharauis vivimos con el caramelo en la boca, con el hasta luego en la lengua y con una sonrisa permanente, gesto que traduzco como “no importa lo que tienes sino a quién tienes a tú lado”.
Benda Lehbib Lebsir.