Benda Lehbib Lebsir.
Son días especiales estos en los campamentos de refugiados. A las 8 de la mañana cuando iba al colegio siempre me cruzaba con unos atletas corriendo, y seguro que pensaría : “que gente más rara, corriendo a estas horas con el frío que hace”. Eran atletas profesionales y se alojaban en la casa de mi vecina. A lo largo de esos días les veía haciendo todo tipo de ejercicios y estiramientos.
Me asombraba eso. Correr la marathon en los campamentos era de todo menos complicado o eso decían ellos. Pasaban por mi colegio y nos repartían dorsales como si de una carrera profesional se tratara, eran lógicamente de distintas categorías y por supuesto una experiencia única.
Yo me preparaba psicológicamente hablando mucho sobre el correr y cuando nos llevaban del colegio al control de Smara, que entonces no había carretera, era el camino mas corto que podía recorrer esos días.
Todos en fila y una vez que decían : “Listos … YA!” todos corríamos, no se veía nada, es más admiro a los que algún día pudieron ganar alguna de aquéllas carreras, el polvo que se formaba era casi como una tormenta de arena, sólo daba lugar a ver que por allí corrían unos cientos de niños que no saben a dónde van. Las madres no faltaron, como nunca lo hacen, allí estaban, cada una animando a sus hijos; me acuerdo de las tantas veces que veía a mi madre animándome como si yo fuera una profesional, pero claro, no era así. Es más, nunca gané.
La satisfacción de ir a verla era inmensa, me abrazaba y con su melhfa me intentaba limpiar la cara, y yo siempre con la misma pregunta: ” si no llegue la última, cómo es que no tuve premio?” No era ese el objetivo, supongo, sino el de participar.
Eso ya era un premio. Qué no daría por volver a vivir esa experiencia y no por correr, sino por reflejarme en cada rostro de esos niños que corretean por allí, unos descalzos, otros calzados y otros empujando al que esté delante por llegar antes a la meta. Es parte del juego, la cuestión es divertirse, y poderlo contar.