Yo también fui niña del Programa 
Vacaciones en Paz, ese programa que trae a España miles de niños y niñas
 saharauis durante los dos meses de verano a conocer, a experimentar y 
sobre todo a iniciarse en un mundo totalmente desconocido. Todo empezó 
cuando mis dos hermanas mayores venían a España, ellas me contaban su 
experiencia con los ojos totalmente abiertos y es cuando quise ser 
mayor, llegar a los 7 años cuanto antes y poder compartirlo yo también. 
En febrero nos solían hacer la foto individual en la “Madrasa” o 
colegio, que meses más tarde se convertiría en un pasaporte colectivo, 
lo cual facilitaría nuestro traslado desde los campamentos a España 
durante los dos meses de verano.
Llegó mi momento y recuerdo que tenía 
exactamente 6 años, puesto que hacía 7 en septiembre, cuando dijeron mi 
nombre y rápidamente me coloqué el pelo, sonreí entre los nervios y la 
mirada impactante de quienes me rodeaban y que estaban igual o más 
nerviosos que yo. No volví a ver a aquellos señores que me hicieron la 
foto y me dieron un número de un documento de identificación. Y ya en 
mayo nos llamaron en la Daira, o por lo mismo Lidara, en donde habían 
colgado unas listas con nuestros nombres, comunidad autónoma a la que 
íbamos a ir y nuestro número de pasaporte. Todo se acercaba y cada vez 
los nervios aumentaban más, lo reconozco. Volví corriendo a casa y 
apunté mi pasaporte en la pared, que por cierto allí sigue a día de hoy.
 Era una cicatriz abierta, una ilusión, una herida de recuerdo. Con 6 
años me iba a ir y no sabía dónde iba a aterrizar… Llegó junio y como de
 costumbre empezaron a llamar por la radio desde altas horas de la 
mañana a todos los pasaportes que les tocaba ir a lo largo de ese día, 
no sé si era mi buena o mala suerte pero el mío nunca le llamaban, 
pasaban los días y yo seguía con la misma esperanza. Por fin, en la 
segunda quincena de julio, cuando ya no me esperaba ningún vuelo, 
volvieron mis nervios y ahora sí que sí. Era un día caluroso, el 
silencio impactaba, me tocaba estar a las 4 de la tarde en mi Madrasa 
“Castilla la Mancha” , escuela que corresponde a todos los niños de 
Smara como punto de concentración, para iniciar el viaje hacia el 
aeropuerto.
Mi familia se repartieron los deberes, mi
 madre por su parte se levantó, mandó a mis hermanas comprarme algunos 
detallitos que traería a mi familia de acogida y mi padre escribirles 
una carta donde les hablaba de toda la familia y sobre todo de mi. Llegó
 el momento y la temida despedida, era un “vuela hija, es tú momento y 
no defraudes”. Nunca había salido de mi casa, y tenía que comportarme 
como es debido, agarré mi mochila como un tesoro y no pegué ojo, es más 
ese viaje duró tanto que se me pasó volando, detallaría cada momento de 
aquello pero me quedo con la sonrisa de mi familia de acogida, los 
brazos abiertos y cómo no, la casa también. Nos conocimos, lloré como es
 lógico y de repente me acordé de los regalitos y rápidamente empecé a 
repartirlos entre los miembros de mi familia, no recuerdo si les 
gustaron o no pero sí los abrazos que me dieron; yo entonces era adulta 
en miniatura, todo era observar, preguntar, y de vez en cuando sonreír. 
Sin olvidar mi cara de fascinación al ver una fuente de agua, la playa, 
la piscina, y tampoco la de mi madre biológica cuando a las 5 de la 
mañana de un 2 de septiembre aparecí por casa, como si de un sueño me 
hubiera levantado. Y sí era un sueño, hasta las 8 de la mañana no pegué 
ojo, y ésta vez contando todas las maravillas que había vivido, 
incluidas las caídas de la bicicleta, la cantidad de chuches que comí en
 dos meses, las mil y una maravillas que a día de hoy sigo contemplando 
como si tuviese mis 6 años de entonces.
No soy del vacaciones en paz pero si del 
vacaciones a los campamentos; cada 9 meses estudiando en España, toca un
 verano a 50 grados y está vez sin nada material y con todo que 
observar, más que nada lo que pierdo en 9 meses lo gano en dos.
Benda Lehbib Lebsir.

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