viernes, 30 de mayo de 2014

En la cabeza el futuro, en el corazón la patria


Asier Arrate
Son muchos los que cada año vienen a los países de Europa en busca de una nueva oportunidad. Del este o del sur, con visado o sin documentación, la motivación es variada pero la meta es la misma: tener las oportunidades que no tienen en sus países. Naila también decidió dejar su pueblo. Desde pequeña ha tenido en mente ser médico pero en los campamentos de refugiados de Tindouf  es un sueño incluso el tener un trabajo. Como muchos otros saharauis, escogió el estado español como destino. Se trata del mismo país que hace cuarenta años dejó a su patria sin territorio y sin futuro a consecuencia de una decisión política. Pero esta joven de 27años no tiene sino agradecimiento para todos aquellos que la han ayudado durante este tiempo. Cuando la patria la llame está dispuesta a dejarlo todo y volver a los campamentos. Después de todos estos años, los saharauis piensan más en el futuro del país que en el futuro individual. Los que viven en los campamentos tienen como arma primordial la solidaridad.
Naila es de Smara, pero no del pueblo del Sahara, sino del campamento de refugiados que lleva el mismo nombre. Smara es uno de los cuatro campamentos que los refugiados del Sáhara tienen en la provincia de Tindouf de Argelia, todos denominados con nombres de pueblos del Sáhara occidental: El Aaaiun, Auserd, Smara y Dajla. Tras la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos en 1975, los saharauis tuvieron que escapar y establecer su residencia en la zona que limita con el Sahara occidental, en las tierras que el gobierno de Argelia prestó y donde construyeron sus campamentos durante los siguientes treinta años. Hoy en día allí viven alrededor de 165.000 personas, además de encontrarse las sedes principales del RADS (República Árabe Democrática del Sáhara), así como el cuartel central del Frente Polisario, y las delegaciones del UNHCR (Agencia de la ONU para los Refugiados) y del MINURSO (Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental). Es una nación dentro de otra nación.
En los campamentos la vida es dura. Además de que el Sáhara está en una zona desértica, calurosa y seca, en los campamentos deben hacer frente a la escasez de agua, electricidad y alimentos. Sin embargo, en opinión de Naila esto no es el principal problema de los jóvenes allí. Lo más importante es la ausencia de futuro, puesto que hay pocas opciones de formación o de conseguir empleo. Aún más, en los últimos años la situación ha empeorado y  toda una generación de jóvenes sólo cuenta con la opción de regresar a sus territorios. Si bien los padres de Naila intentaron darle todo lo posible, ella explica que no era lo suficiente para salir adelante: “Por más que lo intentes, tienes la sensación dar vueltas en círculo en un mismo lugar”. Antes de la ocupación, la mayoría de los saharauis vivían de la pesca y el comercio. El tener que migrar a los campamentos les dejó sin respaldo económico. Hoy en día viven de la ayuda económica internacional, aunque unos pocos siguen la tradición de los beduinos de las caravanas del desierto y el comercio. Según pasan los años, los jóvenes se percatan de que para cumplir sus sueños deben marcharse a otros lugares. También Naila supo que si quería ser médico tenía que irse a Europa.
Naila fue estudiante en Argelia. Este país además del territorio prestado, ofrece estudios a los niños saharauis. Para Naila este país ha supuesto una gran defensa. “Nos han dado una pequeña patria, en la que tenemos nuestro gobierno, instituciones y militares propios”. Hasta cursar el bachiller, los jóvenes saharauis van a internados. Después tienen la oportunidad de ir a la universidad. Naila sólo estuvo allí un año porque vio que tendría dificultades para llevar la carrera a término. Por ello, decidió con su familia irse a España. Veía que el hablar castellano le facilitaría las cosas y en comparación con la universidad de Argelia, pensaba que podría realizar su sueño de convertirse en médico. La familia escogió Valencia porque su madre y ella  tenían problemas de alergia, de modo que el clima les pareció que podía ser más saludable. Sin embargo, debido a la falta de empleo y de otros problemas decidieron dejar la ciudad del Turia y venir a Euskadi. Establecidos en Gernika, Naila intentó retomar los estudios que había comenzado en Argelia. Pero la UPV no le convalidó los estudios cursados hasta entonces. Tuvo que intentar en muchas ocasiones  superar muchos contratiempos para conseguirlo. “Se pide mucha documentación y es casi imposible conseguir nada en la burocracia de los campamentos saharauis.”  Tras desistir, intentó buscar otro camino. Cuando le denegaron por enésima vez la Homologación, consiguió pasar por su cuenta el acceso a la universidad,   Ella subraya que lo mejor que ha conseguido ha sido llevar adelante sus estudios, y ahora está segura de que podrá conseguir un futuro mejor, tanto para ella como para su pueblo.
Doble problema
Se puede decir que cuando llegan a un país europeo, los saharauis tienen un problema doble. A los problemas que ya tienen los inmigrantes africanos se les añade el no ser parte de ninguna nación. Como otros tantos refugiados, al no tener una nación, fuera de los campamentos, quedan atrapados en la burocracia y la legislación. Los saharauis tienen pasaporte argelino, pero no es el pasaporte oficial de Argelia. Tienen unos números de identificación con los que se les identifica como saharauis de los campamentos, por esa razón el gobierno de Argelia no los reconocen como argelinos. Por ello, a la hora de pedir un documento tienen grandes dificultades porque oficialmente no son ciudadanos de ningún país. Tampoco Naila tiene a dónde acudir para homologar sus estudios o para renovar su visado. “En esa situación cómo voy a volver a los campamentos en busca de los documentos y certificados necesarios”, ha añadido. Con todo, en los últimos años, después de los sucesos de Aminatu Haidar la situación ha mejorado. La ley ha cambidado y tanto en el registro civil como en las oficinas oficiales puede encontrarse documentación especialmente preparada para los saharauis.
La actitud hacia los inmigrantes es otro problema importante, y Naila encuentra gran diferencia entre Valencia y Euskadi. “Trabajo hay en Valencia, pero los inmigrantes no son aceptados” comenta, “A nosotros los saharauis nos llamaban «moros».” En Valencia se sentía fuera de lugar, pero confiesa que desde que llegó a Euskadi se siente muy a gusto. “Ya sé que soy de otro país, de otra religión, pero aquí la gente es muy acogedora”. Cuenta que esto no sucedía en Valencia y que cuando la veían con el “hijab” se daban media vuelta. “Nunca ha habido españoles trabajando en los campos, pero por la crisis todos están contra los inmigrantes” , añade Naila. Ella cree que las situaciones políticas que Euskadi y el Sahara han vivido ha creado una cierta cercanía y ello tiene que ver con la relación entre ambos. Esta relación existe desde hace tiempo y se ha ido fortaleciendo con el paso de los años. Hoy en día muchos voluntarios que trabajan en los campamentos de Tindouf son vascos y cada año organizaciones no gubernamentales, brigadas y representantes políticos viajan hasta allí. Comenta que decir en Euskadi que es saharaui le ha ayudado mucho, puesto que la actitud de la gente cambia completamente al saber de dónde procede.
La responsabilidad del estado español
El germen del conflicto se encuentra en la colonización del Sáhara Occidental  y  los posteriores acuerdos. En 1975, tras los acuerdos de Madrid, España decidió dejar el Sáhara Occidental en manos de Marruecos y Mauritania, de este modo abandonando a su suerte a los saharauis. Poco después comenzaron los primeros enfrentamientos entre el ejército marroquí y el Frente Polisario, que duraron hasta 1991. A consecuencia de este conflicto, miles de saharauis tuvieron que huir, de modo que se convirtieron en un pueblo sin territorio. Si bien el pleito continúa, durante años se ha dejado de lado para favorecer las relaciones comerciales y políticas con Marruecos. El interés económico por el Sáhara Occidental, tanto en la pesca como en las minas de fósforo y las explotaciones de petróleo, ha mantenido alejada del conflicto a la comunidad internacional. Ello, además de bloquear cualquier opción de solución, no hace sino empeorar la situación de los refugiados, explica Naila: “La única solución es acabar con la guerra lo que comenzó con la guerra. Encuentro imposible un acuerdo, porque cada vez que algo se propone algo se vuelve al mismo punto y ya la gente está cansada.” Imaginar una situación así se nos hace difícil, una joven alumna de que quiere ser médico que piensa en la guerra y la miseria, pero Naila lo tiene claro. Aquí está estudiando, no tiene sino agradecimiento para quienes le han ayudado, pero su pueblo es el Sáhara, lo lleva en el corazón y nunca lo abandonará. “En estos momentos si el Sáhara me necesita, lo dejaría todo y volvería allí.”

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