Al
principio todo el mundo acogió con beneplácito el fin de las
hostilidades que marcaron los más de dieciséis años de confrontación
bélica entre los Saharauis y el reino de Marruecos,tras su irrupción
armada al territorio del Sahara occidental en 1975.
La guerra se desató a causa del secuestro injustificado del derecho del pueblo saharaui por la fuerza despiadada de sus vecinos.
A
lo largo de todo ése período, la guerra de las arenas movedizas había
dejado huellas profundas en la mente de varias generaciones que vivieron
la trágica acción hasta su momento más álgido; y en carne propia el
panorama desolador cuyas consecuencias negativas aún persisten en la
vida cotidiana de la población, a ambos lados del muro de segregación.
Es
lamentable, igualmente, que en un territorio no autónomo y bajo la
égida de las naciones unidas desde 1991, continúan violando se los
derechos humanos más elementales de una población civil e indefensa.
Las
primeras avanzadillas de la misión de paz lucían con cierta vanidad el
azul celeste color de la máxima organización internacional.
Llegaron
con las primeras luces de un día nublado sin pronósticos de lluvia,
hace más de dos décadas atrás, dejaron el vetusto carguero que los trajo
por mar, anclado en el puerto de una ciudad turística de consistente
malecón, golpeado severamente por las indignadas olas atlánticas.
El
contingente de cascos azules formó filas al oír la voz de mando
castrense y guardaron, un buen rato, esperando el turno antes de sortear
los trámites aduaneros, y desde el garaje de la terminal marítima
subieron en los vehículos todoterreno y emprendieron un largo viaje,
alcanzando la ciudad ocupada de El Aaiûn. En la principal urbe del
territorio, levantaron su cuartel general que velaría por el
cumplimiento de el alto el fuego, entre los dos contrincantes. Preludio a
la organización del referéndum.
Llegaron agotados tras un
recorrido por parajes y aldeas apenas distinguibles de la monotonía del
paisaje y el ocre espejismo lindante con los limites del inalcanzable
horizonte de las resecas tierras del desierto.
Mientras a
ambos lados del muro de demarcación, el mercurio bien visible en el
interior del cristal termométrico descendía con lentitud hasta que
alcanzó el punto preciso, que incentivaría a cualquiera olvidar con
facilidad los infernales días de verano, que precedieron los últimos
cartuchos con los que debutaron los años noventa.
Septiembre
arrancó sus días de un calendario prescrito para el supuesto referéndum
de auto determinación del pueblo saharaui.Entretanto, la población del
territorio en litigio se mostró embriagada de euforia por el término de
la guerra y la añorada consulta. De hecho, vendieron sus humildes
pertinencia, desmantelaron escuelas; hospitales y sellaron los baúles
del retorno.
Con el proceso de paz, algunos observadores
independientes intuyeron que estaba ante los comienzos de una nueva era
de distensión, que inauguraría un clima de entendimiento y de
cooperación al sur de la ribera mediterránea.
Y con ello se
enterraría el hacha de la discordia que atizaba el fuego en una zona
convulsa y que le urge, al menos, por las actuales circunstancias una
paz real y consecuente que aportaría beneficios considerables a todos,
por igual.
En efecto, la "operación refrendaría" en el Sahara
occidental originó entusiasmo entre muchas personas sensatas.Empero, ése
espíritu de tendencia noble se había sucumbido ante una decepción
alarmante, causada por veinticuatro años de un proceso de paz, aprobado
por consenso internacional, y que sigue varado en el mismo lugar.
M.M.Fakal-la.
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