domingo, 23 de agosto de 2015

Los últimos cartuchos de una guerra.

Al principio todo el mundo acogió con beneplácito el fin de las hostilidades que marcaron los más de dieciséis años de confrontación bélica entre los Saharauis y el reino de Marruecos,tras su irrupción armada al territorio del Sahara occidental en 1975.
La guerra se desató a causa del secuestro injustificado del derecho del pueblo saharaui por la fuerza despiadada de sus vecinos.
A lo largo de todo ése período, la guerra de las arenas movedizas había dejado huellas profundas en la mente de varias generaciones que vivieron la trágica acción hasta su momento más álgido; y en carne propia el panorama desolador cuyas consecuencias negativas aún persisten en la vida cotidiana de la población, a ambos lados del muro de segregación.
Es lamentable, igualmente, que en un territorio no autónomo y bajo la égida de las naciones unidas desde 1991, continúan violando se los derechos humanos más elementales de una población civil e indefensa.
Las primeras avanzadillas de la misión de paz lucían con cierta vanidad el azul celeste color de la máxima organización internacional.
Llegaron con las primeras luces de un día nublado sin pronósticos de lluvia, hace más de dos décadas atrás, dejaron el vetusto carguero que los trajo por mar, anclado en el puerto de una ciudad turística de consistente malecón, golpeado severamente por las indignadas olas atlánticas.
El contingente de cascos azules formó filas al oír la voz de mando castrense y guardaron, un buen rato, esperando el turno antes de sortear los trámites aduaneros, y desde el garaje de la terminal marítima subieron en los vehículos todoterreno y emprendieron un largo viaje, alcanzando la ciudad ocupada de El Aaiûn. En la principal urbe del territorio, levantaron su  cuartel general que velaría por el cumplimiento de el alto el fuego, entre los dos contrincantes. Preludio a la organización del referéndum.
Llegaron agotados tras un recorrido por parajes y aldeas apenas distinguibles de la monotonía del paisaje y el ocre espejismo lindante con los limites del inalcanzable horizonte de las resecas tierras del desierto.
Mientras a ambos lados del muro de demarcación, el mercurio bien visible en el interior del cristal termométrico descendía con lentitud hasta que alcanzó el punto preciso, que incentivaría a cualquiera olvidar con facilidad los infernales días de verano, que precedieron los últimos cartuchos con los que debutaron los años noventa.
Septiembre arrancó sus días de un calendario prescrito para el supuesto referéndum de auto determinación del pueblo saharaui.Entretanto, la población del territorio en litigio se mostró embriagada de euforia por el término de la guerra y la añorada consulta. De hecho, vendieron sus humildes pertinencia, desmantelaron escuelas; hospitales y sellaron los baúles del retorno.
Con el proceso de paz, algunos observadores independientes intuyeron que estaba ante los comienzos de una nueva era de distensión, que inauguraría un clima de entendimiento y de cooperación al sur de la ribera mediterránea.
Y con ello se enterraría el hacha de la discordia que atizaba el fuego en una zona convulsa y  que le urge, al menos, por las actuales circunstancias una paz real y consecuente que aportaría beneficios considerables a todos, por igual.
En efecto, la "operación refrendaría" en el Sahara occidental originó entusiasmo entre muchas personas sensatas.Empero, ése espíritu de tendencia noble se había sucumbido ante una decepción alarmante, causada por veinticuatro años de un proceso de paz, aprobado por consenso internacional, y que sigue varado en el mismo lugar.
M.M.Fakal-la.

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