El proyecto vacaciones en Paz es un proyecto de todos y entre todos. Y es ahí donde está su éxito.
Los niños aterrizan en un mundo totalmente nuevo para ellos, donde desconocen todo, cultura, idioma, familia y sobre todo quién será su familia. Mientras tanto, la familia biológica confiamos en nuestros pequeños embajadores, en nuestra educación durante mucho tiempo y en que nos representarán con dignidad y orgullo a familia y causa, y que allá donde vayan serán hijos del bien, haciendo bien a la familia que por su parte les acoge incondicionalmente, les presta su cariño, su casa y sobre todo su tiempo y dedicación, que me consta que lo hacen de la mejor manera posible.
Todos mis hijos, menos la pequeña, han tenido la suerte de participar en este proyecto a lo largo de su vida, unos más tiempo que otros, y las familias acogedoras por su parte siempre han respondiendo. Y se agradece.
Para esta experiencia los pequeños se preparan durante todo el año, mientras nosotros, los padres, durante mucho más tiempo. Es tiempo de volar, de crecer y conocer, de explorar, en definitiva de ir. Es su momento, es su oportunidad de vender su causa, de disfrutar y, sobre todo, de salir de los 50 grados de su rutina diaria y tener la posibilidad de disfrutar de un chequeo médico ya que los recursos de su día a día no lo permiten.
Como madre, he vivido esta experiencia mil veces, sé de las tantas veces que he ido a las 3 de la tarde cuando caía un sol de justicia, agarrando de la mano a mis hijos y aconsejándoles mientras les tiembla el pulso de los nervios, de la emoción y de cumplir con su responsabilidad, del “pórtate bien, y haz lo que debes” la frase que tantas veces he repetido y que tan bien tienen asimilada, o eso creo. También, sé de las tantas veces que hemos recogido todo a última hora, comido rápido e ido corriendo porque ya era la hora de colocarse en la fila para coger el camión o el bus para irse; o de las tantísimas veces que con un trozo de melhfa he tapado una botella de agua para que conserve al menos esa temperatura y puedan tener agua hasta que lleguen a Tindouf y emprender su largo viaje.
También, sé de las veces que he esperado inquieta la llamada de mis hijos y saber así que han llegado bien, que la familia en la que delego mi papel de madre es la que le corresponde, cosa que tampoco pongo en duda, y la cantidad de veces que he esperado emocionada, tanto o más de cuando se van en la daira a altas horas de la mañana y ver como bajan mis hijos de aquel autobús, a veces con luces o sin ellas, pero la luz en ese momento es la sonrisa de mis hijos, tenerlos de vuelta es el éxito del proyecto.
Sin olvidar que desde aquí sólo me queda dar las gracias a todas esas madres que están cuidando de nuestros pequeños, desde aquí gracias por hacer de su verano un recuerdo inmejorable.
Palabras de mi madre.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagen: Victor Jimenez.
Los niños aterrizan en un mundo totalmente nuevo para ellos, donde desconocen todo, cultura, idioma, familia y sobre todo quién será su familia. Mientras tanto, la familia biológica confiamos en nuestros pequeños embajadores, en nuestra educación durante mucho tiempo y en que nos representarán con dignidad y orgullo a familia y causa, y que allá donde vayan serán hijos del bien, haciendo bien a la familia que por su parte les acoge incondicionalmente, les presta su cariño, su casa y sobre todo su tiempo y dedicación, que me consta que lo hacen de la mejor manera posible.
Todos mis hijos, menos la pequeña, han tenido la suerte de participar en este proyecto a lo largo de su vida, unos más tiempo que otros, y las familias acogedoras por su parte siempre han respondiendo. Y se agradece.
Para esta experiencia los pequeños se preparan durante todo el año, mientras nosotros, los padres, durante mucho más tiempo. Es tiempo de volar, de crecer y conocer, de explorar, en definitiva de ir. Es su momento, es su oportunidad de vender su causa, de disfrutar y, sobre todo, de salir de los 50 grados de su rutina diaria y tener la posibilidad de disfrutar de un chequeo médico ya que los recursos de su día a día no lo permiten.
Como madre, he vivido esta experiencia mil veces, sé de las tantas veces que he ido a las 3 de la tarde cuando caía un sol de justicia, agarrando de la mano a mis hijos y aconsejándoles mientras les tiembla el pulso de los nervios, de la emoción y de cumplir con su responsabilidad, del “pórtate bien, y haz lo que debes” la frase que tantas veces he repetido y que tan bien tienen asimilada, o eso creo. También, sé de las tantas veces que hemos recogido todo a última hora, comido rápido e ido corriendo porque ya era la hora de colocarse en la fila para coger el camión o el bus para irse; o de las tantísimas veces que con un trozo de melhfa he tapado una botella de agua para que conserve al menos esa temperatura y puedan tener agua hasta que lleguen a Tindouf y emprender su largo viaje.
También, sé de las veces que he esperado inquieta la llamada de mis hijos y saber así que han llegado bien, que la familia en la que delego mi papel de madre es la que le corresponde, cosa que tampoco pongo en duda, y la cantidad de veces que he esperado emocionada, tanto o más de cuando se van en la daira a altas horas de la mañana y ver como bajan mis hijos de aquel autobús, a veces con luces o sin ellas, pero la luz en ese momento es la sonrisa de mis hijos, tenerlos de vuelta es el éxito del proyecto.
Sin olvidar que desde aquí sólo me queda dar las gracias a todas esas madres que están cuidando de nuestros pequeños, desde aquí gracias por hacer de su verano un recuerdo inmejorable.
Palabras de mi madre.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagen: Victor Jimenez.
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