Claro que algo me quedaba por recordar. Qué decir de “Rahla” o por lo mismo “marcha” o excursión a las dunas, nada que envidiar a las salidas al campo, las mañanas de invierno colocando entre coches esterillas para hacer un refugio y poderse resguardar en él.
Un día en las dunas con la familia es sinónimo de alegría, de romper con la rutina, de dar de comer a la cabras altas horas de la mañana y dejar todo recogido para pasar una mañana diferente. Y Qué decir de la comida en las dunas, y en mi caso, de las tantas caídas que me provocaba la arena una vez que se hundían mis pies. Qué decir del pan de arena de “Mreifisa”, aquél plato aún desconocido para cualquier Estrella Michelín y un plato estrella para cualquier Saharaui, pan de arena y salsa de distintos sabores, no era el tiempo de espera, era el té que se hace mientras se cocina, el pincho moruno que se come mientras los niño suben y bajan por las dunas, mientras los adultos comentan alguna que otra anécdota.
No era eso no, era la compañía, la sonrisa de cualquier niño que éste jugando, sin juguetes, simplemente a tirarse unos a otros. Ay “marcha” qué decir del carbón, a veces acompaña y otras tantas no, pero el té se hace, sin importar el con qué pero sí el con quién. Siempre es un buen momento para tomarlo, amargo como la vida, dulce como el amor y suave, suave, muy suave el momento, y no de la muerte sino el de la despedida, el del atardecer, tardes de invierno cortas, que por un lado te deja apreciar la caída del sol y por otro el “hola” de una noche que viene cargada de estrellas, y si la luna acompaña, el desierto entonces se convierte en el hotel de las mil estrellas. Quién no ha ido de “marcha”, quién no se ha tirado por las dunas mil y una vez, quién no ha probado ese dulce momento y suave recuerdo de volver a caer, levantarse y seguir el camino. Ese es el espíritu, no sé si el de ir un día de marcha en pleno desierto, sino el de ser Saharaui. Claro que algo me quedaba por recordar, ir de marcha de vez en cuando es volver a tus orígenes, aunque estés a miles de kilómetros. Basta con contarlo y poderlo recordar.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagen: Carlos Cristobal.
Un día en las dunas con la familia es sinónimo de alegría, de romper con la rutina, de dar de comer a la cabras altas horas de la mañana y dejar todo recogido para pasar una mañana diferente. Y Qué decir de la comida en las dunas, y en mi caso, de las tantas caídas que me provocaba la arena una vez que se hundían mis pies. Qué decir del pan de arena de “Mreifisa”, aquél plato aún desconocido para cualquier Estrella Michelín y un plato estrella para cualquier Saharaui, pan de arena y salsa de distintos sabores, no era el tiempo de espera, era el té que se hace mientras se cocina, el pincho moruno que se come mientras los niño suben y bajan por las dunas, mientras los adultos comentan alguna que otra anécdota.
No era eso no, era la compañía, la sonrisa de cualquier niño que éste jugando, sin juguetes, simplemente a tirarse unos a otros. Ay “marcha” qué decir del carbón, a veces acompaña y otras tantas no, pero el té se hace, sin importar el con qué pero sí el con quién. Siempre es un buen momento para tomarlo, amargo como la vida, dulce como el amor y suave, suave, muy suave el momento, y no de la muerte sino el de la despedida, el del atardecer, tardes de invierno cortas, que por un lado te deja apreciar la caída del sol y por otro el “hola” de una noche que viene cargada de estrellas, y si la luna acompaña, el desierto entonces se convierte en el hotel de las mil estrellas. Quién no ha ido de “marcha”, quién no se ha tirado por las dunas mil y una vez, quién no ha probado ese dulce momento y suave recuerdo de volver a caer, levantarse y seguir el camino. Ese es el espíritu, no sé si el de ir un día de marcha en pleno desierto, sino el de ser Saharaui. Claro que algo me quedaba por recordar, ir de marcha de vez en cuando es volver a tus orígenes, aunque estés a miles de kilómetros. Basta con contarlo y poderlo recordar.
Benda Lehbib Lebsir.
Imagen: Carlos Cristobal.
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